SABER ES UNA FORMA DE PODER

lunes, 1 de marzo de 2010

Gilber





Su voz es calmada, pacífica, serena. Su mirada brilla. Su sonrisa contagia. Venecia es la casa de Gilber y de su familia. También de toda la comunidad, que se confunde con la cooperativa, se mezcla, se funden ambas. Gilber tiene poco, su casa no es suya, es de todos, de toda su familia, también de los cachorros del perro y de la gallina y sus cuatro pollos.

Los animales son jóvenes, apenas acaban de nacer, como la comunidad de Venecia. Que nació en los ochenta, pero nace cada día. Unos 300 de sus poco más de 500 habitantes son menores de 15 años. Es una población joven, con futuro.

Gilber sólo quiere tener algún recurso para invertir y desarrollar las ideas que tiene en la cabeza. En las nubes, como dice él. Crear cabañas para turismo es una opción. Quién sabe si la podrá desarrollar. De todos modos, las ideas fluyen en la conversación, mientras él escucha con interés porque se trata del futuro de sus hijos: Ezequiel y Rubén. Unos de los chigüines que inundan las polvorientas calles de Venecia; unos de los que no pararon de jugar con Laurina. Aún así, su sonrisa inunda todo lo que aporta un relativismo a la conversación, que por otro lado lo devuelve su mirada. Esa que brilla.

Su conversación es espontánea, sincera y clara. No teme a las preguntas, tampoco a las respuestas. Y es que él también quiere saber y conocer.

Una venda sucia cubre su mano. Tras más de dos horas de paseo, la comodidad en la que se encontraba hace que muestre lo que esconde. Una enorme herida que en España hubiera provocado una baja de al menos un mes. Apenas podía mover un dedo, un machete de trabajo había atravesado parte de su mano. Pero él no se queja. La herida provoca escenas de pavor cuando la gente la ve, ¿cómo puede tener eso y sonreír? Gilber dice que no le duele.

Está tranquilo.

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